miércoles, 6 de octubre de 2010

Modulo I

MODULO I
Concepto de la ética y la Moral
El término ética, etimológicamente, deriva de la palabra griega ethos, que significa "costumbre". El término Moral, etimológicamente, proviene de la palabra latina mores, que significa costumbres. Antes de ir en busca de una definición de la ética o la Moral, detengámonos sobre el objeto material y formal de la moral.
Ética y Moral
¿Qué es ética y que es moral? ¿Son lo mismo o hay que hacer distinciones entre ellas? Hay mucha confusión acerca de esto.
Tratemos de aclararlo. En el lenguaje corriente e incluso culto, ética y moral son sinónimos. Así decimos: \"aquí hay un problema ético\" o \"un problema moral\". Con eso emitimos un juicio de valor sobre alguna práctica personal o social, si buena, mala o dudosa.
Pero profundizando la cuestión, percibimos que ética y moral no son sinónimos. La ética es parte de la filosofía. Considera concepciones de fondo, principios y valores que orientan a personas y sociedades. Una persona es ética cuando se orienta por principios y convicciones. Decimos entonces que tiene carácter y buena índole. La moral forma parte de la vida concreta. Trata de la práctica real de las personas que se expresan por costumbres, hábitos y valores aceptados. Una persona es moral cuando obra conforme a las costumbres y valores establecidos que, eventualmente, pueden ser cuestionados por la ética. Una persona puede ser moral (sigue las costumbres) pero no necesariamente ética (obedece a principios).
Estas definiciones, aunque útiles, son abstractas porque no muestran el proceso, cómo surgen efectivamente la ética y la moral. Y aquí los griegos pueden ayudarnos.
Ellos parten de una experiencia de base, siempre válida, la de la morada entendida existencialmente como el conjunto de las relaciones entre el medio físico y las personas. Y llaman a la morada, \"ethos\" (con e larga en griego). Para que la morada sea morada, hay que organizar el espacio físico (cuartos, sala, cocina) y el espacio humano (relaciones de los moradores entre sí y con sus vecinos) según criterios, valores y principios para que todo fluya y esté como se desea. Eso da carácter a la casa y a las personas. Los griegos también llaman a esto \"ethos\". Nosotros diríamos ética y carácter ético de las personas.
Además, en la morada, los moradores tienen costumbres, maneras de organizar las comidas, los encuentros, modos de relacionarse, tensos y competitivos o armoniosos y cooperativos. A esto los griegos también lo llamaban \"ethos\" (con e corta). Nosotros diríamos moral y la postura moral de una persona.
Sucede que esas costumbres (moral) forman el carácter (ética) de las personas. Winnicot, continuando a Freud, estudió la importancia de las relaciones familiares para establecer el carácter de las personas. Éstas serán éticas (tendrán principios y valores) si han tenido una buena moral (relaciones armoniosas e inclusivas) en casa.
Los medievales no tenían las sutilezas de los griegos. Usaban la palabra moral (viene de mos/moris) tanto para las costumbres como para el carácter. Distinguían la moral teórica (filosofía moral), que estudia los principios y las actitudes que iluminan las prácticas, y la moral práctica, que analiza los actos a la luz de las actitudes y estudia la aplicación de los principios a la vida.
¿Cuáles son la ética y la moral vigentes hoy? Las del capitalismo. Su ética dice: bueno es lo que permite acumular más con menos inversión y en el menor tiempo posible. Su moral concreta reza: emplear la menor cantidad de gente posible, pagar menos salarios e impuestos y explotar mejor la naturaleza. Imaginemos cómo sería una casa y una sociedad (ethos) que tuviesen tales costumbres (moral/ethos) y produjesen caracteres (ethos/moral) igualmente conflictivos. ¿Sería todavía humana y benéfica para la vida? Aquí está la razón de la grave crisis actual.
Ética y moral, desde la etimología
La palabra ética proviene del griego êthos y significaba, primitivamente, estancia, lugar donde se habita. Posteriormente, Aristóteles afinó este sentido y, a partir de él, significó manera de ser, carácter. Así, la ética era como una especie de segunda casa o naturaleza; una segunda naturaleza adquirida, no heredada como lo es la naturaleza biológica. De esta concepción se desprende que una persona puede moldear, forjar o construir su modo de ser o êthos.
¿Como se adquiere o moldea este êthos, esta manera de ser? El hombre la construye mediante la creación de hábitos, unos hábitos que se alcanzan por repetición de actos. El êthos o carácter de una persona estaría configurado por un conjunto de hábitos; y, como si fuera un círculo o una rueda, éste êthos o carácter, integrado por hábitos, nos lleva en realizar unos determinados actos, unos actos que provienen de nuestra manera de ser adquirida.

Construimos nuestra manera de ser o êthos

La palabra moral traduce la expresión latina moralis, que derivaba de mos (en plural mores) y significaba costumbre. Con la palabra moralis, los romanos recogían el sentido griego de êthos: las costumbres también se alcanzan a partir de una repetición d’actos. A pesar de este profundo parentesco, la palabra moralis tendió a aplicarse a las normas concretas que han de regir las acciones.
Así, pues, desde la etimología, hay poca diferencia entre ética y moral: una y otra hacen referencia a una realidad parecida. Pero hoy, pese a que a menudo se usan de manera indistinta como si fuesen sinónimos, se reconoce que tienen significados divergentes.
Ética y moral, hoy: dos niveles diferentes.
Tan antiguo como la misma humanidad es el interés por regular, mediante normas o códigos, las acciones concretas de los humanos; en todas las comunidades, en todos los pueblos, sociedades o culturas encuentran prescripciones y prohibiciones que definen su moral.
En cada comunidad, incluso en la tripulación de un barco pirata, hay acciones obligadas y acciones prohibidas, acciones loables y acciones reprobables. Un pirata tiene que mostrar valor en el combate y justicia en el reparto del botín; si no lo hace así, no es un ‘buen’ pirata. Cuando uno hombre pertenece a una comunidad más grande, el alcance de sus obligaciones y prohibiciones se hace más grande; siempre hay un código al cual se ha de ajustar bajo pena de deshonra pública.
Sociedad humana: ética y política. (Bertrand Russell)
Ahora bien, junto al nacimiento de la filosofía apareció otro tipo de interés, el de reflexionar sobre las normas o códigos ya existentes, comparándolos o buscando su fundamento. Estos dos diferenciados niveles de interés o de actividad humana constituyen lo que conocemos hoy, respectivamente, por moral y ética. Veamos.
La moral es un conjunto de juicios relativos al bien y al mal, destinados a dirigir la conducta de los humanos. Estos juicios se concretan en normas de comportamiento que, adquiridas por cada individuo, regulan sus actos, su práctica diaria. Ahora bien, ni las normas o códigos morales se proclaman como el código de circulación, ni cada persona asume o incorpora automáticamente el conjunto de prescripciones y prohibiciones de su sociedad, ni cada sociedad o cultura formulan los mismos juicios sobre el bien y el mal. Es por todo eso que la moral a menudo es un conjunto de preguntas y respuestas sobre qué debemos hacer si queremos vivir una vida humana, es a decir, una vida no con imposiciones sino con libertad y responsabilidad.
La ética, por otro lado, es una reflexión sobre la moral. La ética, como filosofía de la moral, se encuentra en un nivel diferente: se pregunta por qué consideramos válidos unos y no otros comportamientos; compara las pautas morales que tienen diferentes personas o sociedades buscando su fundamento y legitimación; investiga lo qué es específico del comportamiento moral; enuncia principios generales o universales inspiradores de toda conducta; crea teorías que establezcan y justifique aquello por el que merece la pena vivir.

Ética: por qué estas normas?

La moral da pautas para la vida cotidiana, la ética es un estudio o reflexión sobre qué origina y justifica estas pautas. Pero las dos, si bien son distinguibles, son complementarias. Del mismo modo que teoría y práctica interaccionan, los principios éticos regulan el comportamiento moral pero este comportamiento incide alterando los mismos principios. A menudo los conflictos de normas morales que aparecen cuando tenemos que tomar decisiones son el motor que nos impulsa a una reflexión de nivel ético. Es por ello que Aranguren, reconociendo la vinculación entre teoría y práctica, llama a la ética moral pensada y a la moral, moral vivida.




Estamos a nivel moral cuando:
Estamos a nivel ético cuando:
Cumplo una promesa hecha ayer pese a que hoy me doy cuenta de que su cumplimiento me crea problemas.
Razonamos que los pactos han de cumplir siempre, del contrario, en lugar de acuerdos entre amigos, tendríamos que hacer contratos legales.
Ayudo voluntariamente a un compañero de clase si bien me arriesgo a herir su orgullo.
Me pregunto sobre qué tiene más valor moral, la intención que inspira un acto o los resultados que con él se obtienen.
Decido si tengo que ser o no sincero con un compañero de clase que parece quiere ser amigo mío.
Reflexiono sobre valores, preguntándome si el valor de la autenticidad es preferible el valor de la amistad.
Rechazo robar la calculadora de un compañero de clase sabiendo que nadie me ve.
Tengo presente la máxima o regla de oro: "No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti".




Ética normativa
Las teorías de la filosofía ética o moral se pueden distinguir de acuerdo a los criterios de sus bases para la determinación del bien moral. El bien moral puede ser determinada por:
Las consecuencias (ética teleológica) consecuencialismo;
Disposiciones de comportamiento, rasgos de carácter y virtudes (ética de la virtud);
La intención del actor (ética disposición);
Objetivos hacia hechos morales, como objetivo de las evaluaciones morales sobre la propiedad o la acción (ética deontológica);
Optimización de los intereses o de las partes interesadas (de preferencia), la ética utilitarista, de la felicidad (eudaimonía), o del bienestar.
La deontología es la teoría normativa según la cual existen ciertas acciones que deben ser realizadas, y otras que no deben ser realizadas, más allá de las consecuencias positivas o negativas que puedan traer. Es decir, hay ciertos deberes, u obligaciones, que deben ser cumplidos más allá de sus consecuencias.
Ética de virtudes
La ética de virtudes es una teoría relativamente reciente según la cual una acción es moral si hacerla fuera propio de una persona virtuosa. Por ejemplo, si para el utilitarismo hay que ayudar a los necesitados porque eso aumenta el bienestar general, y para la deontología hay que hacerlo porque es nuestro deber, para la ética de virtudes, hay que ayudar a los necesitados porque hacerlo sería caritativo y benevolente.
Ética aplicada
La ética aplicada es la parte de la ética que se ocupa de estudiar cuestiones morales concretas y controversiales. Por ejemplo, algunos objetos de estudio de la ética aplicada son el aborto inducido, la eutanasia y los derechos de los animales. Algunas de estas cuestiones se agrupan por similitudes y son estudiadas por subdisciplinas:
La bioética estudia las controversias morales que son producto de los avances en la biología y la medicina.
La deontología profesional se ocupa tanto de buscar justificación para valores morales que deberían guiar a los profesionales, como de estudiar los valores que de hecho guían a los profesionales. En el primer sentido la deontología profesional es una disciplina normativa y filosófica. En el segundo sentido, se trata más bien de una disciplina descriptiva y por lo tanto científica. La deontología profesional también cuenta con subdisciplinas como la ética médica, la ética de negocios y la ética de la ingeniería.
La ética ambiental se ocupa de la relación ética entre los seres humanos y el medio ambiente. Quizás las dos preguntas fundamentales de esta disciplina sean: ¿qué deberes tienen los seres humanos hacia el medio ambiente, y por qué? En general, la respuesta a la primera pregunta es una consecuencia de la respuesta a la segunda. Distintas respuestas o aproximaciones a respuestas han dado lugar a distintas éticas ambientales.
Teorías éticas centradas en la virtud
Etica Aristotelica.
Aristóteles escribió dos obras sobre ética:
Ética a Nicómaco o Ética Nicomáquea, consta de diez libros y su nombre alude quizás a su hijo Nicómaco. Ética a Eudemo que consta de cuatro libros. Eudemo era un discípulo de Aristóteles.
La Gran Ética probablemente no es obra suya, sinó de un recopilador.
Según el filósofo, toda actividad humana tiende hacia algún fin (telos). El fin de la actividad de un zapatero es hacer, producir un zapato bien hecho; El fin de la medicina es procurar o restablecer la salud del enfermo, etc.
Vemos que los fines no son idénticos ya que dependen de la actividad que se lleve a cabo para obtenerlos. Las actividades tampoco son iguales. Aristóteles distingue entre la praxis, que es una acción inmanente que lleva en sí misma su propio fin, y la poiésis, que es la producción de una obra exterior al sujeto (agente) que la realiza.
Por ejemplo, el fin de la acción de construir una estatua no es la propia producción de la estatua, sino la estatua misma. Pero ésta, además, tiene un fin para lo cual la estatua misma es un medio: conmemorar un hecho, venerar a un dios....
Así, vemos que unos fines se subordinan a otros, existiendo una jerarquía entre ellos y en las actividades que los producen. Por lo tanto, habrá que determinar cuál es el fin último del hombre al que estarán subordinados los otros fines. Habrá que buscar un fin que ya no sea medio para ningún otro fin.
[Aristóteles presupone la unidad del fin y del bien, no llegando a considerar en ningún momento la posibilidad de un conflicto entre fines morales. Además, su teleologismo identifica el fin al que algo tiende con el bien, ya que el bien de algo es llevar a buen término el fin que tiene que cumplir, la realización de su esencia y de sus potencialidades.]
Tiene que haber un fin último, querido por sí mismo y que sea el fundamento de todos los demás. Si esto no sucediera, y los fines siempre fueran medios para otros fines, y así hasta el infinito, nos encontraríamos con la paradoja de que los fines son fines de nada, lo cual les haría absurdos e innecesarios (ineficaces). Y como, de hecho, hay fines, por lo tanto, debe haber uno que sea fin en sí mismo y no sea medio para ningún otro.
Este fin
último o bien es "la felicidad" (eudaimonía), y por eso, se dice que la ética aristotélica es eudemonista, porque considera que el fin (bien) último que persigue el hombre es la felicidad.
Ahora nos encontramos con el problema de definir qué sea la felicidad y qué es lo que la procura.
Para unos, la felicidad se alcanza con riquezas; para otros con honores y fama; otros muchos creen obtenerla a través del placer.
Sin embargo, dice Aristóteles, todos estos no son más que bienes externos que no son perseguidos por sí mismos, sinó por ser medios para alcanzar la felicidad. Es ésta la única que se basta a sí misma para ser: es autárquica y perfecta. Los demás bienes externos se buscan porque pueden acercarnos más a la felicidad, aunque su posesión no implica que seamos felices.
Tampoco esto significa que el bien sea trascendente al hombre; es decir, que se trate de un Bien en sí, separado de todos los bienes particulares. Aristóteles rechazará la concepción platónica del Bien, aquélla que ignora que sólo es posible realizar el bien en situaciones concretas y particulares, y nunca iguales:
"No es la salud lo que considera el médico, sino la salud del hombre y, acaso mejor, la salud de tal hombre, porque es al individuo a quien cura".
Por lo tanto, pese a que no haya un acuerdo entre los hombres acerca de qué proporciona la felicidad como bien último del hombre, la ética ha de dedicarse a dilucidar qué clases de bienes hay. Según Aristóteles, podemos dividirlos en tres tipos:
1. bienes externos: riqueza, honores, fama, poder...
2. Bienes del cuerpo: salud, placer, integridad...
3. Bienes del alma: la contemplación, la sabiduría...
No por poseer riquezas garantizamos nuestra felicidad. Tampoco solamente la consecución del placer nos hace felices. Normalmente necesitamos algo más para serlo y en eso nos distinguimos de los animales. Aunque estos bienes particulares no basten, sin embargo ayudan. En esto Aristóteles mantiene una postura moral bastante desmitificada y realista: el bien no puede ser algo ilusorio e inalcanzable. Sin ciertos bienes exteriores (salud, riqueza, etc.) la felicidad será casi imposible de alcanzar.
Entonces ¿En qué consiste la felicidad (eudaimonía)?
Si es el bien supremo, aquel que ya no es medio para ningún otro fin, habrá que determinar en qué consiste el bien para cada ser.
El bien es el acto (energía) propio de cada ser, es decir; aquel que viene determinado por su propia esencia o naturaleza. Y puesto que la naturaleza del hombre viene determinada por la función específica de su alma, el pensamiento, la felicidad consistirá fundamentalmente en un bien del alma: la contemplación.
El mayor bien para un hombre será el pleno desarrollo de aquello que le es más esencial: la inteligencia; la actividad contemplativa. Será la virtud de la sabiduría la que le procure al hombre la verdadera felicidad, aunque deba conjugarla con otras virtudes y con los bienes exteriores.
La virtud
Distingue Aristóteles entre dos clases de virtudes, de acuerdo con las funciones del alma: racionales o irracionales.
“La virtud se manifiesta en un doble aspecto: uno intelectual, otro moral; la virtud intelectual proviene en su mayor parte de la instrucción o educación...., mientras que la virtud moral es hija de los buenos hábitos; de aquí que, gracias a un leve cambio, de la palabra costumbre -ethos- , viene moral, ética".
Existen dos clases de virtudes: virtudes éticas y virtudes dianoéticas. Ambas expresan la excelencia del hombre y su consecución produce la felicidad, ya que ésta última es "la actividad del hombre conforme a la virtud". A través de las virtudes el hombre domina su parte irracional.
Las virtudes éticas
Son adquiridas a través de la costumbre o el hábito y consisten, fundamentalmente, en el dominio de la parte irracional del alma (sensitiva) y regular las relaciones entre los hombres. Las virtudes éticas más importantes son: la fortaleza, la templanza, la justicia.
Las virtudes dianoéticas
Se corresponden con la parte racional del hombre, siendo, por ello, propias del intelecto (nous) o del pensamiento (nóesis). Su origen no es innato, sino que deben ser aprendidas a través de la educación o la enseñanza. Las principales virtudes dianoéticas son la inteligencia (sabiduría) y la prudencia.
Veamos porqué hace Aristóteles esta distinción.
1. La virtud como habito o disposición del alma.
La virtud no es innata al hombre, como lo son las pasiones, instintos o tendencias. Si fueran propias de nuestra naturaleza, todos seríamos virtuosos por el mero hecho de ser hombres, y esto, desde luego, no ocurre. pero aunque no es un don de la naturaleza, la virtud tampoco es una ciencia, como sostenían los socráticos y Platón. No por conocer qué es el bien o qué es la justicia somos buenos o justos. No realizamos la templanza por el mero hecho de tener conocimiento sobre qué sea ella.
La virtud implica voluntad, obrar a sabiendas, con conciencia. No pertenece ésta sólo al orden del lógos, sinó también e inevitablemente al ethos, la costumbre, el hábito.
Las virtudes se adquieren a través de la costumbre, el ejercicio y el hábito. Nos acostumbramos a algo cuando repetidamente obramos de tal manera que se convierte en un hábito de nuestra conducta. No podremos ser justos sólo conociendo qué es la justicia. Debemos ejercitarla y a practicarla hasta convertirla en un hábito de nuestro comportamiento. Únicamente practicando la justicia, se puede llegar a serlo.
2. La virtud como término medio.
La virtud implica también una cierta medida, un cierto orden entre el exceso y el defecto. Aristóteles intenta objetivar la virtud: ésta ha de situarse en un término medio entre dos vicios, uno por exceso y otro por defecto.
Así, el valor es un medio entre la cobardía y la temeridad, y la generosidad será el justo medio entre la prodigalidad (exceso) y la avaricia (defecto).
La virtud introduce el equilibrio, la mesura y no la mediocridad. Pero ¿Cómo definir el justo medio? ¿Hay una medida objetiva e impersonal o ha de definirse en función de cada individuo y situación?
¿Todas las cóleras son injustas y viciosas? ¿Podría haber alguna cólera justa?
Según Aristóteles no hay una medida impersonal para definir en cada situación el justo medio. Cada hombre debe ser juez tal y como lo haría siempre un hombre sabio y prudente.
"La virtud es una disposición adquirida de la voluntad, consistente en un justo medio relativo a nosotros, el cual está determinado por la regulación recta tal y como lo determinaría el hombre prudente".
Aristóteles hace un recurso a la autoridad del "hombre prudente" porque sabe que ninguna definición universal y general de la moralidad abarcará todos los casos concretos y particulares. No es posible, con una fórmula, prever la acción moral óptima en cada caso.
Sólo la experiencia de los hombres y su inteligencia prudente podrán determinar en cada caso la opción moral adecuada.
Las virtudes Morales
La templanza es el término medio entre el libertinaje y la insensibilidad. Consiste en la virtud de la moderación frente a los placeres y las penalidades.
La fortaleza es el término medio entre el miedo y la audacia. (Etica Nic. 1115a).
La generosidad es un término medio en relación con el uso y posesión de los bienes. La prodigalidad es su exceso y la avaricia su defecto.
La justicia
La justicia consiste en dar a cada uno lo que es debido.
Hay dos clases de justicia:
La justicia distributiva, que consiste en distribuir las ventajas y desventajas que corresponden a cada miembro de una sociedad, según su mérito. La justicia conmutativa, que restaura la igualdad perdida, dañada o violada. a través de una retribución o reparación regulada por un contrato.
Las virtudes dianoéticas.
La más importante de las virtudes dianoéticas es la prudencia (phrónesis). Ésta consiste en la habilidad intelectual de discernir entre cosas que no son necesarias y pueden ser o no ser. Esta virtud es la guía de las demás virtudes morales, aquella que indica qué medios son necesarios para alcanzar los fines propuestos y procurarse el bien.
Aristóteles
1) ¿Qué es "virtud", en general?
Es una predisposición para hacer el bien; una motivación interna que nos lleva no sólo a hacer lo que es correcto sino a amar lo que es correcto.
2) ¿Por qué las virtudes son las mismas para todas las personas, a pesar de las diferencias de temperamento o situación? Ejemplifique.
Las virtudes son el justo medio, y ese justo medio varía según la situación en la que cada persona se encuentre. Por ejemplo, no es la misma fortaleza la que se exige a un capitán en la guerra que a una madre de familia en situaciones cotidianas, pero ambos tienen que ser fuertes.
3) ¿Qué significa que es más importante la virtud que las virtudes?
Significa que las virtudes están interconectadas: para ser fuerte, hay que ser prudente y justo, por ejemplo. La meta es la persona virtuosa, buena, y no actos buenos aislados.
4) ¿Qué significa "virtud" en sentido clásico?
Para los filósofos griegos, "virtud" se refiere a la excelencia de una cosa, y por consiguiente a la disposición a realizar efectivamente su función propia. Por ejemplo, un cuchillo "virtuoso" corta bien, y un médico virtuoso sabe curar. Por lo mismo, una persona virtuosa --sostiene Aristóteles--, vive de acuerdo con la razón. Aristóteles, sin embargo, divide las virtudes en dos: morales e intelectuales. Las virtudes morales tienen que ver con la selección habitual de acciones de acuerdo con los principios racionales. La contemplación de las verdades teóricas y el descubrimiento de los principios racionales que deben controlar nuestras acciones cotidianas originan las virtudes intelectuales. Pero mientras la contemplación --la actividad mediante la cual las personas alcanzan la más alta felicidad-- está limitada a unos pocos escogidos, las virtudes prácticas, con su menor grado de felicidad, están al alcance de la gente ordinaria. (Tomado de: Denise, Peterfreund y White, Great Traditions in Ethics, Wadsworth, 1996: 30.)
5) ¿Qué es la templanza? ¿Para qué sirve?
Es el control de los apetitos sensitivos. Un apetito templado o moderado significa el uso ideal de los deseos físicos, que nos permite concentrar nuestra atención en actividades más elevadas.
6) ¿Qué es la fortaleza? ¿Para qué sirve?
Es el funcionamiento adecuado del espíritu. Pone en ejecución los mandatos de la razón, a pesar de la resistencia.
"La fortaleza es la virtud que regula los actos (pasiones) del apetito irascible, y tiene por objeto el bien arduo y difícil de conseguir. La fortaleza modera según el dictamen de la prudencia, tanto el temor que inhibe de las obras buenas por el esfuerzo que comportan, como la audacia temeraria que afronta peligros innecesarios y desproporcionados. Esta virtud tiene dos actos principales: agredir, emprender la obra buena, y resistir las dificultades o el esfuerzo prolongado que se requiere para llevarlas a término. (…) La fortaleza tiene una gran importancia en la vida moral, y es indispensable para cumplir en todo momento la ley moral, pues el bien siempre encuentra resistencia, dentro y fuera del individuo, y requiere esfuerzo hasta el final, ya que lo incompleto nunca es bueno en sentido propio. El hombre [la mujer] sereno [a], da seguridad y estabilidad a los demás y a sus obras, sabe eliminar los temores procedentes de la imaginación, dominar el nerviosismo, estar por encima de las pequeñeces, etc." (A. Rodríguez Luño, Ética, Pamplona: Eunsa, 1984: 141).
7) ¿Qué es la prudencia? ¿Para qué sirve?
La prudencia es la virtud de la razón, que controla los apetitos y el espíritu. Sirve para buscar los bienes auténticos.
"La prudencia suele definirse como 'recta ratio agibilium', la recta medida de lo que se ha de obrar. Inclina a la inteligencia a juzgar de acuerdo con la norma moral, acerca de los actos concretos de los apetitos (sensibles y voluntario). La prudencia es como la auriga de las demás virtudes, pues sin ella no se podrían llevar a la práctica, aun teniendo buena voluntad: no basta querer obrar bien, hay que saber y aprender a ser justo, fuerte, templado, etc." (Rodríguez Luño, 140).
8) ¿Qué es "virtud" para Aristóteles? Ejemplifique
El término medio de dos extremos viciosos. Así, la virtud de la valentía es el término medio entre la temeridad (exceso) y la cobardía (defecto).
9) Para Aristóteles y Platón, la medida de la virtud es algo objetivo o subjetivo?
Es algo objetivo, depende de una medida externa, que es el ideal del hombre perfecto.
10) ¿Cuál es la diferencia fundamental entre los enfoque teleológico y deontológico, y el de las virtudes?
Que los primeros tienen por objeto responder a la pregunta: "¿Qué debo hacer?", mientras que el último se propone responder a la pregunta: "¿Cómo (qué tipo de persona) debo ser?".
11) ¿Cuáles son las condiciones para ser una persona buena (tener "buen carácter") según Aristóteles?
Primero, debemos comprender qué es lo que hacemos y por qué es bueno. Segundo, que lo que hacemos sea por elección propia. Tercero, que nuestras acciones deben proceder de un principio estable (decir una verdad no nos hace honrados; una golondrina no hace verano).
(Nótese la similitud con Kant: "Un acto honrado es virtuoso sólo si se hace porque es honrado")
12) ¿Cuándo puede decirse de alguien que es "virtuoso"?
Para llegar a ser virtuosos, hace falta que nuestro sentido del dolor y del placer estén educados de tal manera que nos agrade hacer lo que es bueno, aun cuando sea a un alto costo. Lo importante no es el resultado, sino la disposición (compárese con la ética utilitarista).
13) ¿Por qué se dice que "la sabiduría (prudencia) es el fundamento necesario de la moralidad"? (Wilkens, 122)
Porque puede ser que consistentemente actuemos en la forma en que actúan las personas virtuosas, pero no seremos de hecho virtuosos hasta que sepamos por qué las virtudes son bienes o por qué ellas hacen a las personas buenas. Con otras palabras, para ser buenos, no es suficiente con hacer el bien: es necesario saber hacer el bien y querer hacerlo.
14) ¿Cómo se adquieren las virtudes?
Por repetición de actos semejantes.
15) ¿Por qué ser virtuoso?
Porque son el único medio para llevar una vida buena. Una vida buena no es la que está llena de fama o de riqueza, sino la que se vive de acuerdo con la razón: una vida balanceada.
16) ¿En qué consiste el bien del hombre, para Aristóteles?
"el bien del hombre es una actividad del alma de acuerdo con la virtud, y si las virtudes son varias, de acuerdo con la mejor y más perfecta, y además en una vida entera" (Et. Nic. 1098 a) (Nota: "el autor excluye de la felicidad al niño y al adolescente. Sólo la edad adulta es capaz de poseerla con el ejercicio de las virtudes")
Prudencia
La Prudencia es la virtud de actuar de forma justa, adecuada y con cautela, definida por los Escolásticos como la "recta ratio agibilium, para diferenciarla del arte recta ratio factibilium. De comunicarse con los demás por medio de un lenguaje claro, literal, cauteloso y adecuado. Actuar respetando los sentimientos, la vida y las libertades de las demás personas.
El texto analizado corresponde al capítulo 5 del libro VI de “Ética a Nicómaco”, del filósofo griego Aristóteles.  Este capítulo y sus anteriores tratan sobre las diversas virtudes dianoéticas o intelectivas que son propias del hombre.
Para Aristóteles, una virtud se define como un hábito o modo de ser, que sólo se logra con el aprendizaje y la práctica, y que nos acercan al bien y a la perfección en nuestras acciones y nuestra forma de pensar. Según su teoría teleológica, por la que todo  tiende a un fin u objetivo, las virtudes del hombre lo acercan a su objetivo supremo, la felicidad.
Aristóteles clasifica  las virtudes en dos tipos: las relacionadas con la razón humana y el intelecto, virtudes dianoéticas o intelectuales; y las relacionadas con la voluntad y la acción, las virtudes éticas o morales.
Éstas últimas se refieren a la manera de actuar en el mundo, a la disposición humana de controlar los vicios y las pasiones de manera racional y buena, buscando siempre un término medio que se aleje de los extremos, evitando así el exceso y el defecto.
Por otro lado, las virtudes dianoéticas son aquellas que perfeccionan al hombre en relación al conocimiento y la verdad. Dentro de estas virtudes, distingue a su vez varios tipos, relacionadas cada una con un tipo de conocimiento:
 -Relacionadas con el conocimiento teórico, es decir, con el conocimiento científico e improductivo de la realidad: la ciencia, la sabiduría y la inteligencia.
 -Relacionada con el conocimiento técnico, dedicado al estudio de las producciones humanas: la virtud del arte, la capacidad para producir de manera racional.
 -Relacionadas con el  conocimiento práctico, aquel destinado a guiar la acción y el comportamiento: la prudencia.
Es sobre ésta última virtud dianoética, la prudencia, en la que se basa el fragmento analizado. Según Aristóteles, se considera prudente “al hombre capaz de deliberar rectamente sobre lo que es bueno y conveniente”, esto es, la prudencia permite al hombre decidir racional y correctamente sobre lo que es mejor para él o para su comunidad. Esta virtud es la base de las virtudes éticas, un ser humano no puede adquirir virtudes éticas sin poseer la virtud de la prudencia.
Aristóteles afirma que la prudencia no se puede ejercitar sobre las cosas que no pueden ser de otra manera ni sobre las cosas que no se pueden realizar, es decir, no se puede ser prudente sobre un objeto que es estudio de la ciencia ni sobre objetos que nuestro arte no es capaz de realizar. Afirma, por tanto, que “la prudencia es un modo de ser racional verdadero y práctico, respecto a lo que es bueno y malo para el hombre”.
El autor también defiende que la prudencia debe  ser cualidad de administradores y políticos. Esto demuestra la estrecha relación entre ética y política de la Grecia clásica. Las teorías sobre política aristotélicas definen al ser humano como un ser social, y que debe organizarse en Estados basados en la moderación, y dirigidos por gente que destaque en la virtud de la prudencia.
Es esta idea de moderación la que indica Aristóteles que salvaguarda y beneficia a la prudencia, que nos permite evitar los extremos de la acción, es decir, nos permite mantenernos alejados de los vicios. Por último, el filósofo  afirma que la prudencia, a diferencia de otras virtudes, nunca se olvida, un hombre que es prudente siempre será capaz de distinguir la moderación y la decisión más correcta dentro de su abanico de posibilidades.
Deber (kant)
Si una voluntad puramente racional sin influencia alguna de las inclinaciones fuese posible, sería para Kant, una voluntad santa (perfectamente buena). De esta forma, realizaría la ley moral de modo espontáneo, esto es, sin que conforme una obligación. Para una voluntad santa, el 'deber', carecería entonces de sentido en tanto que el 'querer' coincide naturalmente con el 'deber'. Pero en el hombre, ley moral, suele estar en conflicto con sus deseos.
Se distinguen así tres tipos de actos:
a. Actos contrarios al deber: En el ejemplo de la persona que se está ahogando en el río. Supongamos que disponiendo de todos los medios necesarios para salvarlo, decido no hacerlo, porque le debo dinero a esa persona y su muerte me librará de la deuda. He obrado por inclinación, esto es, no siguiendo mi deber sino mi deseo de no saldar mi deuda y atesorar el dinero.
b. Actos de acuerdo al deber y por inclinación mediata: El que se ahora en el río es mi deudor, si muere, no podré recuperar el dinero prestado. Lo salvo. En este caso, el deber coincide con la inclinación. En este caso se trata de una inclinación mediata porque el hombre que salva es un medio a través del cual conseguiré un fin (recuperar el dinero prestado). Desde un punto de vista ético, es un acto neutro (ni bueno ni malo).
c. Actos de acuerdo al deber y por inclinación inmediata: Quien se está ahogando es alguien a quien amo y por lo tanto, trato de salvarlo. También el deber coincide con la inclinación. Pero en este caso, es una inclinación inmediata porque la persona salvada no es un medio sino un fin en sí misma (la amo). Pero para Kant, este es también un acto moralmente neutro.
d. Actos cumplidos por deber: El que ahora se ahoga es un ser que me es indiferente... no es deudor ni acreedor, no lo amo, simplemente, un desconocido. O pero aún, es un enemigo, alguien que aborrezco y mi inclinación es desear su muerte. Pero mi deber es salvarlo y lo hago, contrariando mi inclinación. Este es el único caso en que Kant considera que se trata de un acto moralmente bueno, actos en los que se procede conforme al deber y no se sigue inclinación alguna.
Valores sanitarios
Como valores esenciales destacan:
-la universalidad,
-el acceso a una atención sanitaria de buena calidad,
-la equidad y
-la solidaridad.
Como principios compartidos se señalan:
-la calidad,
-la seguridad,
-la atención basada en las pruebas y en la ética,
-la participación del paciente,
-el derecho a reparación y
-la intimidad y confidencialidad.
Esta declaración se publica en un momento en que la Comisión Europea se ha comprometido a desarrollar un marco comunitario de servicios de salud seguros, eficaces y de gran calidad mediante el refuerzo de la cooperación entre los Estados miembros.
Nuestros sistemas sanitarios se enfrentan al reto de conciliar las necesidades individuales con los medios financieros disponibles, teniendo en cuenta el envejecimiento de la población europea, el aumento de las expectativas y los avances de la medicina.
Persona
Es todo ser natural o ficticio que por ley natural o normativa tiene la capacidad legal para desarrollar actividades dentro y fuera del país y se clasifican en la siguiente forma:
Personas y su Clasificación
Personas Naturales:
Es todo ser humano o individuo que hace y obtiene la capacidad legal en la sociedad si importar edad, sexo o religión, por ejemplo: Sócrates.
Personas Jurídicas:
Es un ente ficticio que obtiene la capacidad legal porque la ley le asigna poder para contratar y contraer obligaciones con representación de una persona natural.
Sociedad de Hecho:
Surge de un acuerdo entre dos o más personas que se obligan a aportar dinero, trabajo u otro tipo de bienes para explotar una actividad comercial, con el ánimo de repartir las utilidades entre sí. Como no se constituyen legalmente no son personas jurídicas así que los derechos y obligaciones contraídos se consideran a cargo o a favor de los socios.
Persona jurídica:
Regular:
Son aquellas que se constituyen dentro de las formalidades de la ley y se ciñen a todos los requisitos para su organización, funcionamiento, operación y resultados del negocio.
Irregular:
Es aquella empresa que funciona sin el cumplimiento o el lleno de los requisitos que exige la ley.
Prerrogativas
La Declaración de los Derechos Humanos se refiere a las condiciones materiales y espirituales inherentes al ser humano que se fundamentan en su dignidad y en el valor de sus cualidades intrínsecas, por lo que reconoce a la mujer y al hombre en su humanidad, es decir, como seres en sí y  que están orientados a su plena realización como personas y no como medios para otros fines. 
Cuando uno se refiere a la persona, en realidad se hablará del ser humano, entonces la pregunta correcta es ¿quién es el ser humano?, es decir, ¿qué es un ser?, y ¿qué lo hace humano?; si se analiza desde la perspectiva filosófica, la respuesta no será tan simple y ni siquiera unívoca. A lo largo del artículo se tratará de escudriñar ¿quién es una persona?, o dicho de otro modo, ¿qué hace a la persona ser persona?; no se hablará de la persona como concepto, sino de la persona existente, real y concreta, con todo lo que ello significa; de las diferentes dimensiones que la constituyen y de la unidad indisoluble de los atributos que hacen ser a cada uno, persona única.
Privilegio, gracia o exención que se concede a una persona, a un cuerpo político, etc. fig. Atributo de excelencia o dignidad muy honrosa en cosa inmaterial.
Dimensión ética de la personalidad
Desarrollo de una “estructura ética personal”
La construcción de un proyecto de vida personal necesita previamente (en sentido lógico, ya que cronológicamente puede ser simultáneo, lo que inclusive sería preferible) del desarrollo de una estructura ética capaz de viabilizar y sostener los contenidos éticos de la propia vida en la persona. Pero a su vez, el desarrollo de la estructura ética en la persona tiene una funcionalidad mucho más amplia para la vida moral que el hecho de ser capaz de construir un proyecto de vida.
La estructuración ética de la persona implica el desarrollo de una serie de contenidos que deberán ser definidos por la propia persona, pero cuyo proceso es claramente competencia y responsabilidad del instrumental pedagógico que se implemente en el proceso de educación ética. No se trata solamente de que la persona sea capaz de definir los contenidos, sino de que lo haga conscientemente, que estos se integren en un todo coherente entre sí, y que ella tenga la capacidad de reformularlos autónomamente.
Para hacer posible dicha estructuración será imprescindible establecer e implementar una serie de estrategias pedagógicas que configuran específicamente el ámbito de trabajo de la “educación ética”. No debemos olvidar que esta estructuración corresponde al nivel de la conciencia moral de la persona, y será la que permita su ejercicio autónomo y, por tanto, humanizante.
Podemos esquematizar los elementos integrantes del proceso de formación de la estructura ética de la persona en torno a tres ejes fundamentales:
1. Formación para la configuración de referentes éticos.
Para un dictamen cierto y verdadero de la conciencia moral es necesario desarrollar la búsqueda de certezas a nivel de contenido moral. Al ser humano le resulta imprescindible saber lo que objetivamente es “bueno” y lo que es “malo”, aunque se trate de una certeza en el nivel abstracto y necesite, posteriormente, ser aplicado al caso concreto.
De no ser posible esta certeza ética, la persona quedará desorientada y con incapacidad estructural para tomar resoluciones responsablemente. Proyectando esa situación a la globalidad de la vida, en última instancia, a la persona con incapacidad de certezas sobre lo objetivamente bueno o malo le resultaría imposible la coherencia, la autenticidad y, finalmente, el desarrollo de un proyecto de vida real.
En sociedades plurales, como las nuestras, la construcción de referentes éticos objetivos no puede darse en forma pacífica a nivel social general, ni debe dejarse librado al arbitrio de la autoridad, sea ésta del tipo que sea. En la sociedad, se tratará de construir mínimos éticos(6) para hacer posible una convivencia humanizante; pero, para hacer posible el desarrollo pleno de la persona, ésta necesita de máximos éticos de referencia objetiva, que necesariamente deberán ser construidos y asumidos por la propia persona.
Así, al hablar de la configuración de “referentes éticos” aludimos al proceso mediante el cual la persona va progresivamente construyendo certezas acerca de lo éticamente “bueno” y lo “malo”, en cuanto van más allá de la mera voluntad o sensibilidad propias, es decir, en cuanto no están sometidos a la pura arbitrariedad del sujeto. En términos generales, hablamos de hacer posible para el sujeto, la configuración de un marco de referencia de la objetividad ética.
En este proceso de construcción podemos apuntar algunas líneas de trabajo necesarias para el desarrollo del sujeto ético:
a) Aprender a clarificar lo que “cree”, lo que “siente”, lo que “puede”.
Así, mediante el desarrollo de esta capacidad en la persona, entre otras consecuencias, se evitará en gran medida: la confusión entre deber y sentimiento (con toda la carga de culpabilizaciones no adecuadas que la persona psicológicamente puede desarrollar), el voluntarismo (con su secuela de frustración) y, sobre todo, la sensación de un relativismo subjetivista que paraliza desde el punto de vista ético y que termina generando des-moralización en el sujeto.
b) Aprender a no autojustificarse.
El ser humano normalmente necesita buscarle una justificación plausible a sus actos, tanto ante sí mismo como ante los demás. El problema radica en la objetividad y adecuación a la realidad de esas justificaciones, es decir, en que en realidad esos actos no sean justos (adecuados a la realidad) o que esa justificación no sea plausible.
Ciertamente, la decisión de enfrentar la verdad en toda circunstancia implica un coraje no fácil de adquirir. Pero, además del coraje, implica, entre otros elementos, el desarrollo de habilidades de autocrítica y de aceptación de niveles de incoherencia e inconsistencia de los propios actos.
c) Aprender a buscar la verdad.
La verdad no es autoevidente ni unívoca en la realidad histórica donde se desenvuelve el ser humano. Debe ser buscada trabajosamente, asumiendo el esfuerzo, las incertezas, las crisis personales y los momentos de claridad y oscuridad que el proceso implica. Buscar la verdad exige decisión, coraje, así como también instrumentos y habilidades que la hagan posible. Aprender a buscar la verdad supone el desarrollo de la capacidad real de diálogo, es decir, aprender a confrontar con otros las propias certezas y las propias dudas, mediante argumentaciones consistentes y con capacidad de interacción intelectiva, especialmente con aquellos que tienen perspectivas conceptuales distintas. La construcción de certezas sólo será abierta en la medida en que dichas certezas puedan ser confrontadas y sostenibles, a juicio del propio sujeto, ante otras posturas contradictorias con la suya.
d) Aprender a discernir entre las diferentes guías de valor en una sociedad plural.
Frente a los conflictos socio-morales que la persona debe afrontar, la sociedad ofrece una variedad de guías de valor o criterios morales, cada uno de los cuales supondrá previsiblemente diferencias en el resultado final respecto de las demás. La persona necesita aprender a calibrar las diferentes propuestas éticas que recibe, a efectos de discernir cuál o cuáles de esas guías de valor son las que más condicen con sus certezas fundamentales. Esto implicará que la persona sea capaz de distinguirlas, que sea capaz de inferir los elementos antropológicos fundamentales que subyacen a cada una, y finalmente, que sea capaz de proyectar sus resultados.
2. Formación para el discernimiento.
Para que el juicio ético pueda realizarse, la persona, además de tener claros los contenidos objetivos de referencia (normalmente abstractos y universales), necesita del desarrollo de habilidades que le permitan llegar a una certeza sobre cuál es el mayor bien posible “aquí y ahora”.
Dado que ello no es posible mediante la mera aplicación mecánica de certezas abstractas a situaciones concretas, además será necesario capacitar a la persona para que le sea posible:
a) Ubicar con claridad la situación ética planteada.
En los hechos históricos concretos, debido a su carácter complejo, no resulta autoevidente dónde está el núcleo del conflicto socio-moral, corriendo el sujeto el riesgo de perderse en lo anecdótico o de centrarse en aspectos que son secundarios para la resolución de la situación. Así, previo a la realización del juicio ético, la persona necesita poder clarificar exactamente qué es lo que debe juzgar y ello necesita de aprendizaje práxico.
b) Establecer los principios, criterios y valores morales en juego.
Una vez clarificada la pregunta ética a ser resuelta, la persona necesita establecer el marco concreto de principios, criterios y valores morales que necesita tener en cuenta específicamente para resolver ese conflicto socio-moral, ya que no puede manejar simultáneamente, ni de manera indistinta, todo el universo de guías de valor que conoce.
c) Establecer las circunstancias que condicionan.
Todo conflicto socio-moral se da siempre en circunstancias concretas, con algunos condicionamientos que favorecen y otros que limitan la situación misma, así como las posibles resoluciones. Es necesario que la persona pueda desentrañar, del contexto meramente anecdótico, aquellos elementos que influyen de manera importante en la situación, y que no pueden ser obviados al momento de realizar el juicio ético.
d) Llegar a juicios ciertos en un tiempo razonable.
La realización de un proceso de discernimiento ético necesita de un tiempo adecuado. Esto necesita, a su vez, que la persona aprenda a manejar los tiempos de discernimiento, poniéndose por un lado límites que eviten la abulia ética, y por otro sin apresuramientos innecesarios que impidan la prudencia imprescindible.
e) Aplicar el “transar ético” donde es necesario.
Pocas veces los conflictos socio-morales se presentan con nitidez como opción entre “totalmente bueno” o “totalmente malo”. Normalmente el discernimiento debe darse en medio de los grises de la historia, es decir, que la persona debe decidir en un contexto de males, y debe decidir si el “mal menor” posible es éticamente válido. Para ello, la persona deberá decidir si corresponde o no el transar ético, y ello significa ser capaz de aplicar los cinco criterios que constituyen sus condiciones de validez.
De la capacidad de manejar adecuadamente estos puntos dependerá la posibilidad real que tenga la persona de discernir en conciencia y con autonomía y, por ende, de realizar juicios éticos válidos sobre situaciones concretas.
3. Formación para la autenticidad.
Llegar a ser auténtico no es el resultado de un proceso espontáneo, sino que necesita, por parte del sujeto, de una decisión sostenida en el tiempo. A su vez, esa decisión sostenida en el tiempo exige de un convencimiento profundo acerca de la validez de perseguir la autenticidad, así como del desarrollo de ciertas habilidades específicas. Este actuar sistemático, en coherencia ética, es lo que permite a la persona una autoconstrucción genuina y autónoma, llegando así a ser él mismo.
La autenticidad sólo es posible en personas libres, pero la libertad humana es una libertad histórica y, por tanto, condicionada. La cuestión ética no radica, pues, en pretender una libertad sin condicionamientos, que no es posible, sino en buscar una libertad capaz de ir superando progresivamente los condicionamientos indebidos.
Consideramos condicionamientos “indebidos” aquellos que derivan del contexto externo o interno a la persona y que influyen limitando arbitrariamente su horizonte de libertad. En este sentido, podemos distinguir entre:
a) Aprender a rechazar todo condicionamiento externo indebido.
El medio ambiente, a nivel de relaciones interpersonales, grupales, o socioestructurales, ejerce explícita o implícitamente presiones sobre la persona para que ésta realice sus opciones de acuerdo con pautas heterónomas.
Para ir realizando un proceso que permita ir superando esos condicionamientos indebidos externos, la persona necesita:
1) Del desarrollo de una autoestima psicológica y afectiva fuerte. De este modo podrá enfrentar los conflictos explícitos, así como no temer las puniciones de todo tipo que pueda sufrir por no cumplir con lo que se pretendía de él.
2) Del desarrollo de la capacidad de independencia y soledad. La no dependencia de otros de modo de crecer en autonomía, supone además del desarrollo de la autoestima, del desarrollo de la capacidad de vivir no angustiosamente el hecho de resultar aislado o marginado en ciertos momentos o de ciertos ámbitos.
b) Aprender a superar todo condicionamiento interior indebido.
En el interior del ser humano también se desarrollan diferentes tipos de elementos que pueden atentar contra la realización del mismo. Se trata de hábitos, actitudes y costumbres, que le dificultan o hasta le impiden mantener una decisión sostenida y actuante en el tiempo.
La constancia, la fidelidad al propio proyecto o a las propias convicciones, la perseverancia, aún en los fracasos parciales, el ser tesonero o aun testarudo en la persecución de los propios ideales, no son espontáneos ni sencillos para la persona, sino que necesitan de educación.
En este sentido, podemos observar:
1) El desarrollo de la capacidad de distinguir lo que son limitaciones personales de lo que son condicionamientos indebidos.
No es fácil diferenciarlos y con facilidad se cae en ambos extremos, inclusive, a veces, en forma simultánea. Este discernimiento supone desarrollar la capacidad de autoconocimiento, de autocrítica, de aplicación del “principio sospecha” al propio marco ideológico, etc.
2) El desarrollo del carácter, la autodisciplina, la fortaleza de ánimo.
No es suficiente con aprender a discernir los condicionamientos interiores indebidos, sino que también se necesita trabajar para su modificación. Para ello es necesario potenciar la capacidad de reforzamiento interior de la persona mediante el desarrollo del carácter (que permitirá afirmarse en la propia identidad más allá de los cambios que deba generar en sí mismo), la autodisciplina (que le permitirá ser consecuente y sistemático en la autoconstrucción), y la fortaleza de ánimo (que le permitirá enfrentar las pérdidas de sentido parciales, las dificultades imprevistas, los aparentes retornos al punto de partida).
Como se ve, los contenidos éticos no se pretenden universales, pero sí el modo de estructurar la personalidad moral, de modo de lograr seres humanos con conciencia moral autónoma y, por ende, con capacidad de autenticidad y desarrollo personal integral. A su vez, esto sólo será posible como parte de un aprendizaje sobre la propia vida, que al interior de la educación formal no puede ser soslayado, y que implicará la definición e implementación de estrategias pedagógicas consecuentes y continuas a lo largo de todo el ciclo educativo.
Dimensión ética de la enfermería
La enfermería ha sido una actividad que, a pesar de los cambios experimentados en su historia, ha concedido siempre una gran relevancia a las exigencias éticas vinculadas a su quehacer. El trabajo de las enfermeras se ha centrado siempre en el cuidado de los otros1. Esta acción de cuidado ha variado a lo largo del tiempo y, por este motivo, la profesión enfermera se ha concebido de distintas maneras en cada momento histórico.
Durante el largo periodo en el que la enfermería estuvo asociada al mundo religioso, los contenidos de la moral profesional tuvieron una fuerte influencia de la confesión predominante en cada país. Este componente religioso ha estado presente mucho tiempo después de que las órdenes religiosas dejaran de monopolizar los cuidados enfermeros5. Florence Nightingale (1820-1910) representa el relevo de los agentes de cuidado tradicionales, y la secularización y profesionalización de la tarea de cuidar. Ella estableció instituciones para la enseñanza de enfermeras convencida de que “el conocimiento de las leyes de la vida y de la muerte y de las leyes de salud para las salas hospitalarias requiere un aprendizaje por la experiencia y una cuidadosa investigación…. Sin embargo, al mismo tiempo que daba el paso de afianzar la profesión en una sólida preparación teórica y técnica, entendía que la enfermera debía ser “una mujer religiosa y devota”. La autoevaluación que propone el párroco alemán Theodor Fliedner (1822-1882) para las enfermeras de su hospital de Kaiserswerth, recuerda en su formato a los exámenes de conciencia de la espiritualidad de la época:
¿Me preocupo de disponer todo en debida forma? ¿He escuchado con atención todo cuanto me ha dicho el médico? ¿He acatado sus instrucciones al pie de la letra? ¿He sido cortés, suave, delicada y bondadosa con mi paciente? ¿He sido prudente y económica con las provisiones y con el equipo del hospital? ¿He sido siempre servicial, optimista, paciente y atenta?7.
Apoyar la ética profesional en la moral religiosa no ha sido privativo de la enfermería. La ética secular es una novedad de la modernidad. Hoy en día la aceptación de valores morales y religiosos no es tan unánime como en el pasado. Por este motivo la elaboración de un código deontológico profesional trata de plasmar el ideal moral tal como es entendido por el propio colectivo de profesionales. El carácter general y teórico de esta declaración de principios hace, sin embargo, que estos códigos sean insuficientes para resolver los conflictos éticos de la práctica cotidiana. Por ello, ha sido necesario buscar una vía que, además de orientar éticamente la práctica de la enfermería, sea operativa ante los conflictos. A esta situación responde la aparición, hace más de treinta años, de una disciplina llamada Bioética.
El siglo XX y el origen de la bioética
El origen de la Bioética tiene que ver con la búsqueda de un lenguaje común que nos ponga de acuerdo en qué valores han de ser respetados en la práctica sanitaria. Éste fue el propósito del informe Belmont8 cuando estableció en 1978 los cuatro principios éticos –tres originariamente– que debían guiar la experimentación científica con seres humanos. Destinado en un principio a investigadores y científicos, hoy en día prácticamente todas las profesiones sanitarias han asumido los cuatro principios como el núcleo de las exigencias éticas de su quehacer asistencial.
El elevado nivel de acuerdo sobre estos principios hace difícilmente justificable expresar el contenido de la ética de enfermería prescindiendo de ellos. Es más, quizás también haya que cuestionar la existencia de una “ética de enfermería” totalmente al margen de la “ética biosanitaria o biomédica”. Convendría plantearse más bien que la ética de enfermería es una aplicación de la ética biomédica a una actividad con características singulares y conflictos específicos.
El respeto de estos principios exige que el profesional posea determinadas actitudes. Éste es el eje que centra el desarrollo de la llamada ética de la virtud, que es aquella que se pregunta: ¿qué tipo de persona debo ser para llegar a ser una buena enfermera?”9. Pero la reflexión puede hacerse en el camino inverso: ¿qué principios debo respetar o qué actuaciones debo llevar a cabo para ser una buena profesional? Esta pregunta centra lo que conocemos por ética de los principios10. Ambos acercamientos no son excluyentes: la persona virtuosa realizará actos correctos conforme a los principios éticos; y el profesional respetuoso con los principios éticos en la rutina de su práctica profesional adquirirá esas actitudes. Las actitudes morales o virtudes se relacionan con los principios bien como condición de posibilidad de los mismos, o como efecto de su observancia.
Los principios de la Bioética y la virtud en enfermería
Para saber cómo los cuatro principios de la bioética orientan la práctica profesional y cómo conforman el carácter enfermero, planteamos una triple pregunta: ¿qué son los cuidados de enfermería? ¿En qué principios éticos se fundamenta esa forma de entender el cuidado? ¿Qué actitudes morales se relacionan con cuidar correctamente?
La respuesta será diferente dependiendo del modelo profesional vigente en cada momento de la historia de la enfermería.
El modelo clásico
Florence Nightingale, representante del modelo clásico, lideró el primer intento de establecer las bases lógicas de la enfermería y de dotarle de un cuerpo de conocimientos teóricos sistematizados. Para ella, el concepto de cuidado se traduce en: “Colocar al paciente en las mejores condiciones para que la naturaleza actúe sobre él”6. Esta idea de cuidado va estrechamente unida a la obediencia y a la capacidad de ejecutar eficazmente las órdenes del médico: “Cultiva todo aquello que conduce a la observación..., que es el camino para acabar con las aficionadas a hacer de médicos, y si los médicos les obligaran a obedecerles, ellas les ayudarían, en lugar de servirles de estorbo”.
La obligación ética de dar cuidados se apoya en el principio de beneficencia, entendida desde un modelo de relación que llamamos paternalismo médico, y que tiene su correlato en la relación enfermera-paciente como algo que podríamos llamar maternalismo en enfermería. Lo más característico de este tipo de relación es la desigualdad radical que se establece entre los dos interlocutores: uno manda y otro obedece, uno decide y otro acata.
Según diferentes autoras11, Florence Nigthtingale asigna al paciente un papel inactivo, en el que sus deseos y necesidades son satisfechos por el sabio criterio de la enfermera:
“No me cansaré de repetir que generalmente los enfermos están demasiado débiles... Generalmente se supone que la enfermera está allí para ahorrar al enfermo ejercicio físico -y yo más bien diría para evitar que tenga que pensar por sí mismo”.
Sobre qué actitudes hay que desarrollar para cuidar correctamente, se recoge un largo elenco: “Una enfermera debe ser una persona de la que se pueda uno fiar, en otras palabras, capaz de ser enfermera “de confianza”... No puede ser chismosa, ni ligera charlatana; nunca debe contestar preguntas sobre su enfermo...; debe ser estrictamente moderada y honesta, pero, más que esto, debe ser una mujer religiosa y devota; ha de respetar su propia vocación, porque con frecuencia se coloca en sus manos el precioso don de la vida; debe ser una minuciosa, fiel y rápida observadora, y ha de ser una mujer de buenos y delicados sentimientos”6.
De forma semejante se expresan los manuales posteriores:
“Ante todo debe tener una inalterable paciencia... La obediencia debe consistir en ejecutar las órdenes con el espíritu de quien las ha dictado. De todas las virtudes de las que ella necesita, ninguna es tan necesaria como la de decir siempre y en toda ocasión la verdad, sin exageración ni falsa interpretación. El médico y el paciente deben poder confiar completamente en su palabra”. Obediencia ciega a los superiores, lealtad incondicional al médico y entrega total a sus pacientes son la divisa en este modelo.
La enfermera-representante de los pacientes. En las décadas de los 60 y 70 la imagen de la enfermera experimenta un gran cambio. La figura de la enfermera como “abogada o defensora del paciente” entiende de manera diferente la tarea de cuidar: proteger y defender los derechos del paciente; preparar al paciente física y psíquicamente para que se defienda de las agresiones potenciales de médicos y estructuras sanitarias. El fundamento ético de la obligación de cuidar es el principio de autonomía; autonomía que reivindica para ella como profesión independiente, y autonomía para el paciente que es amenazado por un ambiente hospitalario hostil que menoscaba sus derechos. La enfermera se hace baluarte de un paciente intimidado y busca modos de poner en sus manos las decisiones sanitarias que le afectan. La tabla 1 presenta cómo recoge el Código Deontológico de la Enfermería Española esta visión-misión de la enfermería.
Coherente con esta postura, para dar unos buenos cuidados, la enfermera tiene que desarrollar una actitud reivindicativa, contestataria y rebelde; ha de ser leal e incondicional, ya no al médico, sino al paciente; y ha de destacar por la máxima independencia profesional.
Un nuevo modelo de la profesión.
Nunca como en los últimos veinte años se ha investigado tanto sobre el contenido de los cuidados de enfermería. El objetivo no sólo ha sido buscar una definición para los cuidados, sino hacer que esta definición sea operativa y susceptible de un lenguaje común en la práctica enfermera, en los sistemas de registro y en la formación profesional.
Existen numerosas y variadas acepciones de los cuidados de enfermería, desde las más existenciales a las más técnicas: cuidado como trato humano; como imperativo y compromiso moral de mantener la dignidad e integridad de las personas; como afecto, implicación emocional, empatía e intimidad; como atención biológica, asociada a la búsqueda de resultados fisiológicos; cuidado como acto terapéutico en el que el paciente percibe necesidades y la enfermera interviene en la satisfacción de las mismas.
La noción de cuidado se hace operativa definiendo funciones concretas a realizar. Según las OMS, las funciones principales de la enfermera son: participar en la promoción de la salud, la prevención, curación y rehabilitación de enfermedades, desarrollar programas educativos sobre salud, trabajar de forma efectiva en un equipo de salud, e investigar.
Todas estas tareas se integran en el concepto de cuidado y son tanto más efectivas en la medida que se estructuran en las fases lógicas que llamamos el proceso de enfermería. A la vez, la definición de las funciones de enfermería y su práctica sistemática obligan a entender la profesión como parte del compromiso, compartido con otros profesionales, de sustentar y promover la salud. En el equipo sanitario, no todos hacen todo, cada uno tiene una tarea particular que realizar. Una atención sanitaria que considere al individuo en su totalidad necesita de un equipo caracterizado por la corresponsabilidad.
Organización interna y coordinación externa, sistematización de tareas y trabajo en equipo son las grandes conquistas de las que el nuevo modelo profesional no puede prescindir. El objetivo común del equipo sanitario es el bienestar del enfermo y en esta tarea, la enfermera tiene una responsabilidad compartida con los otros colaboradores. La contribución de la enfermera al trabajo cooperativo ha de ser flexible y adaptarse a la situación concreta del paciente, de los miembros del equipo y al contexto donde se realice la atención. La descripción de funciones de enfermería recogida en la Clasificación de las Intervenciones de Enfermería (NIC) ha supuesto un avance importante en la diferenciación de los cuidados enfermeros. Sin embargo, en determinadas situaciones prácticas, conviene no conformarse con la aplicación mecánica de una declaración rígida de funciones sino adaptar a cada situación la distribución de tareas a través del consenso del equipo de salud. El equipo ha de ser una plataforma de diálogo maduro y efectivo que sitúe a cada miembro donde mejor puede realizar la misión para la que está preparado.
En el nuevo modelo profesional, además de una preparación técnica esmerada, las enfermeras deberían recibir una formación ética que les capacite para resolver conflictos morales que se presentan en la práctica sanitaria habitual22. Hoy en día es necesario integrar en el concepto de cuidado la forma de entender la relación sanitaria que sitúa al paciente como agente fundamental de su salud. 
La obligación de cuidar en este modelo profesional se fundamenta en los cuatro principios: los principios de justicia y no maleficencia comprometen a la enfermera, como al resto de profesionales sanitarios, a la distribución justa de recursos y a la minimización del daño al paciente. Pero el principio que más interpela al ejercicio de la enfermería es la nueva formulación del principio de beneficencia: el propio paciente define qué es bueno o malo para él. El principio de beneficencia así entendido incorpora necesariamente el reconocimiento de la autonomía del paciente. Es imposible hacer un bien al paciente si no reconocemos su capacidad para participar en las decisiones que le afectan. La tabla 2 resume el pensamiento de Dorotea Orem sobre la necesidad de fomentar la participación del paciente en las decisiones de cuidado que le afectan.
Siguiendo a Pablo Simón23, la vulneración de la autonomía de un paciente no es la lesión de un principio independiente sino que también supone una trasgresión del principio de beneficencia o, en ocasiones, incluso del de no-maleficencia.
El correcto cuidado de un paciente debe decidirse con la participación del propio paciente y con la implicación de todos los miembros del equipo de salud. La tabla 3 recoge las intervenciones y resultados de enfermería que se hacen eco de esta forma de entender el cuidado enfermero.
Ciencia y conciencia
“La ciencia no puede proporcionarnos por sí misma una ética. Puede indicarnos cómo alcanzar un determinado fin y también que algunos son inalcanzables. Pero entre los fines que pueden alcanzarse, nuestras opciones han de fundarse en consideraciones distintas de las meramente científicas.”
Bertrand Russell, 1950.
Esta advertencia de Bertrand Russell sobre la ética de la ciencia tiene hoy día más pertinencia que nunca. Sin embargo, estamos lejos aún de contar con un marco eficaz en materia de derechos humanos que oriente las decisiones de la comunidad mundial sobre el uso de las nuevas tecnologías. El extraordinario avance de la ciencia, impulsada por las firmas comerciales que financian la investigación, sigue rigiendo nuestras decisiones. ¿Pueden los instrumentos jurídicos de derechos humanos proporcionarnos la orientación que precisamos? Probablemente no. La respuesta de los legisladores a la “revolución genética” actual ilustra las lagunas de los enfoques jurídicos vigentes. El proyecto sobre el genoma humano, cuyo objetivo es establecer la secuencia de la totalidad de nuestros genes, es probablemente la actividad científica más fiscalizada de la historia. La mayoría de las naciones implicadas en ella han reservado una parte de sus presupuestos científicos para considerar sus consecuencias éticas, jurídicas y sociales, pero ello no ha producido hasta ahora más que unas cuantas normas formales sin auténtica validez legal. A las legislaciones nacionales siempre les ha costado adaptarse a los avances de la tecnología. Por lo que es muy probable que sólo los principios más básicos sobrevivan a la polarización de los debates. Como ha puesto de manifiesto la Declaración de la Unesco sobre la Protección del Genoma Humano, muchos documentos finales abundan en expresiones tan ambiguas como “la dignidad del ser humano”.
Otros motivos más concretos dificultan la adopción de “normas” efectivas sobre derechos humanos, a saber, la ingente tarea que supone redactar una reglamentación científicamente coherente y el hecho de que las normas sociales evolucionan casi tan deprisa como la tecnología misma (piénsese en la fecundación in vitro). Los problemas jurídicos que planteó Dolly, el primer mamífero clonado, son un buen ejemplo de estas dificultades. Así, una serie de leyes anteriores que prohibían la clonación humana, como fue el caso en el Reino Unido, versaban sobre las técnicas de división del embrión. Una aplicación estricta de estas disposiciones no tomaría en cuenta la técnica de transferencia nuclear utilizada para crear a Dolly.
Más grave aún, este caso pone de relieve problemas políticos y ha generado polémicas debido a una mala información. Algunos afirman que tanto las legislaciones eugenésicas de principios del siglo XX como los comentarios recientes sobre la clonación humana se basan en una concepción errónea del determinismo genético, y llegan a la paradójica conclusión de que las políticas eugenésicas impuestas por el Estado son a todas luces contrarias a la dignidad humana, en tanto que las leyes sobre la clonación tienen como finalidad explícita salvaguardarla.
Otra controversia: no faltan quienes sostienen que la alianza del comercio y la genética humana está por abrir una era de pasividad frente a la eugenesia, en la que la definición social de la enfermedad, la discapacidad y la normalidad estará dictada por intereses mercantiles. ¿Cómo pueden hacer frente a este desafío los instrumentos jurídicos tradicionales de defensa de los derechos humanos? Parece imposible. En primer lugar, porque la comercialización de la genética forma parte de una poderosísima industria en expansión que muchos gobiernos consideran un factor vital de la economía. En segundo lugar, porque toda política que restrinja la capacidad de elección del consumidor encontrará enormes resistencias. Ahora bien, si es relativamente fácil condenar las políticas eugenésicas impuestas por el Estado, ¿cómo controlar las decisiones de los consumidores?
Por último, la evolución de las mentalidades frente a la revolución genética será el resultado de fuerzas sociales y no de políticas estatales. No soy enemigo del progreso, pero se impone algún tipo de control social. Muchas cuestiones relacionadas con la revolución genética pueden quedar fuera del alcance de los instrumentos de protección de los derechos humanos, y la industria genética continuará su camino impulsada por fuerzas sociales indisociables de la cultura occidental.
Ciencia y conciencia (Enric Molas).
Primero, las definiciones:
Ciencia (del latín scientia 'conocimiento'): Conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales.
La ciencia utiliza diferentes métodos y técnicas para la adquisición y organización de conocimientos sobre la estructura de un conjunto de hechos objetivos accesibles a varios observadores, además de estar basada en un criterio de verdad y una corrección permanente. La aplicación de esos métodos y conocimientos conduce a la generación de más conocimiento objetivo en forma de predicciones concretas, cuantitativas y comprobables referidas a hechos observables pasados, presentes y futuros.
Consciencia (del latín conscientia 'conocimiento compartido') se define en general como el conocimiento que un ser tiene de sí mismo y de su entorno. "Conscientia" significa, literalmente, "con conocimiento" (del latín cum scire, cum scientia…).
Consciencia se refiere generalmente al saber de sí mismo, al conocimiento que el espíritu humano tiene de su propia existencia, estados o actos. Está demostrado científicamente que otras especies animales también tienen consciencia de sí mismos.
La Consciencia, con “S” la entiendo como el conocimiento personal del entorno y de las normas sociales del mismo. Somos “Conscientes”, pero no de forma pasiva, si no por esfuerzo personal de comprensión. Podemos dejarnos llevar, o podemos despertar nuestra capacidad de conocimiento, alimentándola mediante la interacción con otras personas, mediante la lectura, mediante la observación y mediante la reflexión permanente.
Conciencia: (también del latín conscientia ;). se entiende como la capacidad de valorar el presente. A efectos prácticos, la conciencia se refiere a la capacidad que nos indica qué está bien o mal. Estas valoraciones del instante que acontece, permiten al individuo percibirse a sí mismo como alguien capaz de modificar su entorno o por el contrario como alguien sujeto a unas restricciones que le superan.
Conciencia se aplica a lo ético, a los juicios sobre el bien y el mal de nuestras acciones. Una persona "de conciencia recta" no comete actos socialmente reprobables.
Deontología profesional
Normas de comportamiento
Deontologicismo
El deontologicismo o teoría deontológica la podemos considerar como una teoría ética que se ocupa de regular los deberes, traduciéndolos en preceptos, normas morales y reglas de conducta, dejando fuera de su ámbito específico de interés otros aspectos de la moral. 
Cuando esta teoría se aplica al estricto campo profesional hablamos de deontología profesional y es ella, en consecuencia, la que determina los deberes que son mínimamente exigibles a los profesionales en el desempeño de su actividad.
Estos deberes, es habitual que se plasmen en códigos, de ahí que oigamos con cierta frecuencia hablar de determinados códigos de ética de diversas profesiones como documentos que rigen la actuación de los representantes de una profesión con el fin de que a través del buen hacer se obtengan resultados deseables.
La deontología profesional enfermera estará constituida, consecuentemente, por el conjunto de normas que, plasmadas en el código deontologíco de enfermería, determinan los deberes mínimos que son exigibles al enfermero o enfermera en el desempeño de su ejercicio profesional.
Funciones de los códigos deontológicos  
En la práctica, los códigos de ética profesional en nuestro país, son elaborados por los Colegios Profesionales que, tal como los define la ley, “son corporaciones de derecho público, amparadas por la ley y reconocidas por el Estado, con personalidad jurídica propia y plena capacidad para el cumplimiento de sus fines, entre los que se encuentra la ordenación del ejercicio de las profesiones”.
En la ordenación del ejercicio profesional los códigos han venido cumpliendo una triple función:
Fijar una serie de criterios, de carácter científico-funcional, para el ejercicio de la profesión de que se trate al objeto de dar operatividad y eficacia a las actividades ejercidas en el ámbito cubierto por las normas establecidas. Esta función es hoy muy poco relevante ya que otro tipo de instituciones, asociaciones u organismos la han asumido en perjuicio de los colegios profesionales.
Refundir orientaciones éticas para el ejercicio de la profesión y plasmarlas en códigos de deontología profesional. En la actualidad es una de las funciones relevantes de los colegios profesionales. Esta deontología profesional se impone a los colegiados, aunque no agota las convicciones morales del ejerciente, que pueden dar lugar a actuaciones que sin contradecir el código, sean de distinto signo, más o menos exigentes. Así se considera, por ejemplo, que la deontología médica propugna la abstención en la práctica de la interrupción del embarazo o en cuestiones de reproducción humana y por otra parte se declara no sancionable al médico que dentro de la legalidad intervenga en abortos.
La posibilidad de imponer sanciones disciplinarias a los colegiados que incumplan los dictados de los códigos deontológicos. Esta función tiene la particular singularidad de conferir a éstos relevancia jurídica estatal, lo que viene a conferir a la deontología ciertas coincidencias con el Derecho en lo que se refiere a la utilización de un procedimiento típicamente judicial, aunque realizado por autoridades profesionales en vez de por jueces.
Deontología profesional y enfermería
Preocupación ética en la enfermería.
El profesor Gafo recurre a una obra escrita hace más de sesenta años, como la de Aikens: Studies in Ethics for Nurses, para hacer referencia a los grandes cambios que se han operado tanto en la problemática ética como en la imagen de la enfermería.
Probablemente no sea preciso volver la vista tantos años atrás para constatar estos cambios; como muestra valga un ejemplo, se trata de la promesa firmada que en 1972 realizaban las enfermeras con el título de Ayudante Técnico Sanitario cuando accedían a la condición de colegiadas en el Colegio Provincial de Valencia, la mayoría de las cuales siguen actualmente en activo.
El texto literal es el siguiente: “Prometo solemnemente ante Dios, llevar una vida pura y ejercer mi profesión con devoción y fidelidad. Me abstendré de todo lo que sea perjudicial o maligno y de tomar o administrar a sabiendas ninguna droga que pueda ser nociva para la salud. Haré cuanto esté en mi poder para elevar el buen nombre de mi profesión y guardar inviolable el secreto de todas las cuestiones personales que se me confíen y asuntos de familia de que me entere en el desempeño de mi cometido. Con lealtad procuraré auxiliar al facultativo en su obra y me dedicaré al bienestar de todos los que estén encomendados a mi cuidado”.
El texto, como puede comprobarse, denota una imagen de la enfermería bastante distinta de la actual. Esto es debido al intento de la profesión desde hace aproximadamente dos décadas por definirse así misma y por buscar sus propios modelos de identidad, cuyo resultado es bastante diferente al que se refleja en el texto transcripto.
Los cambios profesionales que se han producido han ido acompañados también de cambios en la problemática ética de la enfermería, y es lógico que esto haya sido así porque desde siempre ha sido inherente a la profesión una profunda convicción sobre la dimensión moral y la relevancia de las actitudes éticas en su trabajo, como fácilmente se comprueba si realizamos un breve bosquejo histórico.
A grandes rasgos, esta profesión, en el ámbito occidental, hasta finales del siglo XIX, ha estado muy vinculada a determinadas órdenes y congregaciones religiosas. En consecuencia, la ética y la práctica de la enfermería estuvo hasta entonces, como puede suponerse, muy vinculada a la moral católica ya que entre otras cosas el predominio de las personas que desempeñaban la profesión era el de las enfermeras religiosas.
Este tipo de enfermera religiosa ha dejado una impronta muy marcada en la profesión. La obediencia por ejemplo, uno de los votos religiosos de la casi totalidad de órdenes y congregaciones, fue altamente valorada y sentó las bases para actitudes de subordinación al médico y a la institución hospitalaria, al mismo tiempo que lo que se esperaba de las enfermeras es que fueran virtuosas y entregadas totalmente a su trabajo.
A finales del siglo XIX se inicia lentamente lo que podemos llamar el proceso de secularización de la enfermería. Existe bastante acuerdo en la afirmación de que este proceso empieza a cobrar importancia bajo el impulso de Florence Nightingale y la creación de la Escuela de Formación de Enfermeras.
Como consecuencia de este proceso se producen también cambios en la problemática ética y moral de la enfermería apareciendo a partir de 1900 en EE.UU. los primeros trabajos escritos que tratan sobre la ética para enfermeras. Se caracterizan todos ellos por poner el énfasis en las reglas de conducta que deben observar, siendo las más importantes la educación, dedicación al enfermo y obediencia a los médicos y a las instituciones; consecuencia clara como hemos apuntado de la impronta dejada por la enfermera religiosa.
El obrar ético
Una introducción al fundamento de nuestro obrar ético y moral
La palabra ética deriva del griego Ethos que posee dos diversos significados según se utilice la palabra como sustantivo o como adjetivo. Uno de ellos, el más común, significa costumbre o hábito. El otro uso significa morada, lugar de residencia, carácter o disposición estable. Aristóteles distingue entre las virtudes éticas que se dan en el plano de los actos y las acciones (por lo tanto
orientadas hacia un fin distinto de la acción misma) y las dianoéticas que se dan en el plano meramente intelectual y que pueden jactarse de no se un medio para un fin sino que se bastan a si mismas pues poseen un carácter meramente contemplativo.
La moral, en cambio, es la ciencia que se ocupa del estudio del valor ético o moralidad de los actos humanos en la medida en que pueden decirse buenos o malos en la medida en que están orientados hacia los fines a los cuales intentan.
Son buenos en la medida en que se orientan al fin propio y último del hombre; no lo son en cuanto se alejan del mismo.
La distinción aristotélica entre las virtudes éticas y dianoéticas proponen inicialmente plantear el tema de la ética dentro del punto de las acciones y actos humanos. De esta manera, la ética es algo que se plantea desde el actuar y desde el obrar y no únicamente desde el pensamiento o la contemplación. Esto significa que solamente se puede ser ético en nuestras obras y actos cotidianos.
Sin embargo es menester que nos preguntemos cuál es el origen y principio que le da el carácter propio a las obras humanas ya que podemos enfrentarnos a algunos hechos aparentemente contradictorios:
=El saber y conocer intelectualmente de ética y moral no nos hace obrar éticamente bien. Por ende, no somos ni obramos en función de lo que sabemos. Dicho de otra manera, nuestra moralidad no depende de lo que sabemos de moral.
=El saber y conocer lo que es bueno para nosotros como seres humanos no necesariamente nos hace obrar en relación a la consecución de eso bueno.
En muchas ocasiones sabemos lo que es bueno para nosotros pero no obramos en relación a ello.
Esto parece plantear una aparente contradicción pues en principio podría pensarse y concluirse que, quien conoce las características intelectuales propias del obrar ético, y que, quien conoce además lo que es bueno o malo para si mismo, tendría necesariamente que actuar en forma adecuadamente ética. Sin embargo descubrimos en nuestros propios actos y en los de otras personas cercanas a nosotros que esto no necesariamente es así. Usualmente sabemos a la perfección lo que es la ética y la moral e, incluso, sabemos lo que es bueno o malo para nosotros pero no actuamos de acuerdo a esos conocimientos.
La realidad a la que debemos atenernos con respecto a nuestros actos es que nuestro motor del obrar se fundamenta en lo que yo llamo “Modelo integral operativo del mundo”, que es como nuestra convicción más íntima y visceral Escuela de Filosofía Aplicada para la Excelencia del Ser Humano.
Escuela de Filosofía Aplicada para el Excelencia del Ser Humano sobre cómo es el mundo y sobre cómo somos nosotros mismos como seres humanos. Esta convicción íntima o modelo integral es como un mapa interior, conciente en parte e inconciente en otra parte, no de cómo el mundo en realidad es, sino de cómo nosotros creemos que es, es decir, de cómo lo hemos construido en función de nuestra experiencia de vida, en relación a las enseñanzas recibidas, influenciado por la herencia física y psíquica, etc. Se podría decir que se parece a un modelo mental pero en verdad lo excede pues
incluye o puede incluir algunos o todos de los siguientes elementos:
=Elementos de origen corporal como los instintos y pulsiones corporales.
=Elementos mentales y del pensamiento: son los modelos mentales que tenemos acerca de la realidad y acerca de nosotros mismos que incluyen entre otras cosas a nuestros conocimientos y saberes.
=Elementos emocionales de índole psíquica: incluye toda nuestra emocionalidad y en especial nuestras reacciones aprendidas o heredadas frente a determinados estímulos. Las emociones mas habituales son el temor, la ira, el miedo, etc.
=Elementos espirituales, no entendidos estos como saberes intelectuales relacionados con la espiritualidad, sino correspondientes a elementos verdaderamente espirituales como experiencias místicas personales, meditación, iluminación espiritual, etc.
Todos estos elementos y muchos otros conforman en nosotros un mapa o modelo integral operativo del mundo que es el que verdaderamente rige nuestro obrar. Esto significa que no se encuentra conformado por nuestros conocimientos intelectuales en si mismos y obrando por separado, ni por nuestra emocionalidad, ni por nuestras experiencias espirituales sino, en cambio, todos y cada uno de los mencionados elementos operando en forma conjunta e interrelacionada de tal manera de producir una acción o, a veces, la abstinencia de una acción. Por ende, no vivimos en el mundo real sino que vivimos dentro del mundo que hemos construido con nuestro “Modelo operativo”. Tampoco nos vemos a nosotros mismos como realmente somos sino que también poseemos un modelo integral sobre lo que somos y operamos y actuamos de acuerdo al mismo.
El desafío de vivir una vida moral y ética se encuentra en relación a dos aspectos fundamentales. El primero de ellos apunta a que nuestro “Modelo integral” se adecue cada vez mas a la realidad. El segundo es ser concientes de que operamos bajo este modelo ya que la sola conciencia del mismo nos prevendrá y nos hará concientes de los verdaderos motores de nuestro obrar moral.(Hugo Landolf).






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